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Hay millonarios que viajan al espacio o a las profundidades del océano…

Pero yo estos días hago la siesta bajo los robles y los castaños

Y no envidio nada de lo que tienen, ni de lo que hacen, ni de lo que son

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¿adaptación, mitigación?

bueno, bueno, ¡pero el mercado debe intervenir, de otro modo intentarías un imposible cultural!

algunas de las mejores cosas que podríamos hacer no “cuestan” NADA, no valen dinero: por eso NO las haremos

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Que no nos tomen el pelo. Siempre ha hecho fascismo en verano.

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En la lista de pequeñas maravillas que todavía existen, aunque con dificultades, entre la estulticia de esta nuestra, abominable, sociedad industrial y de consumo, ponga usted los huertos y las bibliotecas…
Los huertos pequeños, bien cuidados, y las bibliotecas de pueblo, con la bibliotecaria de siempre que ya sabe lo que quieres y te conoce desde que eras un crío.
Igual que casi todo lo demás que habíamos logrado construir “a escala humana”… están en peligro de extinción.

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Durante muchos años me pregunté hasta cuándo, —¿hasta cuándo, en este rincón del mundo, seguiremos haciendo como que no pasa nada, intentando continuar con nuestras vidas “normales” dentro del capitalismo? —pensaba.
Ahora estoy bastante seguro de que “disimularemos” hasta el final.

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“La inteligencia artificial salvará el mundo, la agricultura de precisión salvará el mundo, la energía nuclear salvará el mundo, los fermentados salvarán el mundo, las nuevas renovables salvarán el mundo, la internet de las cosas salvará el mundo, la biotecnología salvará el mundo, las bicicletas eléctricas salvarán el mundo, los videojuegos educativos salvarán el mundo, el capitalismo filantrópico salvará el mundo, el mindfulness salvará el mundo, Elon Musk salvará el mundo, la iglesia católica salvará el mundo, el baloncesto salvará el mundo…”

 

Escribimos muchos libros porque somos todo vanidad, pero lo cierto es que Gaia, la Biosfera, esa fina capa de vida que recubre la corteza de la Tierra, con el tiempo y una caña, se salvará a sí misma.

 

Los humanos industriales, resabios, tecnológicos y voraces, en cambio, no tendremos ninguna posibilidad mientras nos sigamos creyendo el ombligo del mundo.

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En tanto que autoproclamado y reconocido cobarde, tengo dos formas preferidas de despreciarme a mí mismo: por el hecho de serlo y eludir la acción que tanta falta hace, y por la tendencia a pensar, a veces, que los valientes no son más que un hatajo de insensatos que no entienden nada.

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—Ecofeminismo o barbarie —decían las compañeras.
Y los hombres de esta sociedad nuestra respondían:
—¡Barbarie! ¡Barbarie!